El Presidente Boric, durante su intervención en la sesión inaugural del Congreso Futuro 2025, advirtió que 11 de las 16 personas sentadas en primera fila (autoridades y personas “importantes”) estaban permanentemente mirando su celular mientras él hablaba.
¿Le ha pasado a Ud. algo similar? Es posible que mis palabras no sean tan “trascendentales” como las pronunciadas por el Primer Mandatario, pero, cuando me ocurre algo semejante, me molesto. Es más, tengo un amigo, de cuyo nombre no quiero acordarme, que viene a visitarme a mi trabajo frecuentemente. Para charlar, según él. Sin embargo, no más sentarse, comienza a interactuar con su celular y, de vez en cuando, me comparte una que otra frase. Probablemente el Lector ha padecido algo semejante más de alguna vez. La interacción persona a persona, el “tú y yo”, se ha ido transformando en una suerte de relación de “tú, yo y el celular”. Y eso irrita. Al menos es lo que a mí me pasa. Y, tal parece, al Presidente también.
En la ocasión comentada, el gobernante compartió una intimidad: contó que, ante la proximidad de su paternidad, decidió dejar de utilizar un “smartphone” permanentemente conectado a internet, y reemplazarlo por otro, un “dumbphone”, tecnológicamente menos avanzado y, por cierto, sin esa conexión a la red. La idea que se desprende de lo hecho por el Presidente es, desconexión mediante, evitar la distracción que el aparato nos provoca y, ese tiempo, dedicarlo asuntos de mayor importancia, en el plano laboral, familiar o personal.
De tanto repetirlo, la relación entre los humanos y este artilugio tecnológico ya es un lugar común. Una creciente mayoría estima que la permanente conexión a diversas redes sociales, lejos de aportar información y colaborar con la eficiencia de nuestras tareas, nos provoca exactamente lo contrario. Más bien nos desinforma y nos distrae. Pero, y aquí lo paradojal del asunto, pese a todo, continuamos adquiriendo y usando los mentados celulares. La paradoja señalada se extiende, incluso, más allá. Un número creciente de países ha resuelto prohibir el uso de estos teléfonos en recintos educacionales, a fin de evitar la distracción de los alumnos. En nuestro país se inició hace algún tiempo un debate en torno a esta decisión. De acuerdo con una reciente encuesta, un porcentaje mayoritario de padres apoya la medida, con argumentos similares a los esgrimidos en otras latitudes. Sin embargo, al mismo tiempo, esos “adultos responsables” confiesan su propia adicción y la certeza de los efectos nocivos que ello les provoca. Pero, así y todo, persisten en su uso. Por eso debiéramos preguntarnos ¿quién manda a quién, en este asunto? ¿Son las personas las que controlan su teléfono o, por el contrario, es el aparato quien domina y somete a sus designios al humano frente a la pantalla? ¿Quiere Ud. un celular “inteligente” que le mande o, por el contrario, prefiere un “tonto” al que mandar?
Si bien son muy escasos los aciertos presidenciales, pareciera que este es uno de aquellos. Para algunos, la decisión de Boric de desprenderse del artefacto sería un gesto resuelto y hasta valiente. Sin embargo, pese a la atención mediática que tal decisión provocó, debo señalar que no me parece que sea para tanto. Ni refleja la entereza que quisiéramos adornara al Mandatario, ni revela otra cosa que no sea sus propias flaquezas. Es que los ciudadanos simples y comunes, como quien escribe, aspiramos a que el conductor del país esté por sobre las fragilidades y tentaciones que persiguen a los conducidos. Aspiramos a la fortaleza del gobernante, no a la debilidad del gobernado.
El discurso presidencial que no logró captar la atención de la encumbrada audiencia, de la cual muchos optaron por revisar su celular, más que atender al Presidente, a saber refleja dos problemas: que varios estimaron que lo que aparece en su pantalla era más interesante que las palabras presidenciales y, además, que el gobernante sufre tempranamente del síndrome del “pato cojo” que, ya sabemos, hace hundirse inexorablemente en la intrascendencia a los que mandan.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho