“Historia del periodismo en Chile” (Sudamericana, 2024) de Alfredo Sepúlveda se sumerge en las complejidades y paradojas del oficio periodístico. Desde sus orígenes como herramienta de propaganda política hasta su evolución hacia un papel de fiscalización del poder. El periodismo chileno ha sido un testigo y participante clave en la construcción de la identidad nacional. Según Sepúlveda, la historia del periodismo en Chile está marcada por la tensión entre medios, periodistas y poder político.
Alfredo Sepúlveda Cereceda (Santiago, 1969) es escritor y máster en periodismo. Estudió en las Universidades de Chile y Columbia (Nueva York). Ha trabajado en TVN y en El Mercurio. Fue director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado. Es profesor de la Facultad de Comunicaciones y Letras de la Universidad Diego Portales. Entre sus libros destacamos “Breve historia de Chile” (2018), “La Unidad Popular” (2020), “Bernardo” (2021) e “Independencia”, 2022).
Alfredo, precisa que: “La historia del periodismo en Chile está marcada por la tensión entre medios, periodistas y el poder político”. ¿Termina por imponerse el poder político?
“No. Es una tensión entre los tres vértices del triángulo. Hoy mismo podemos ver que un medio de comunicación como Ciper se ‘impone’ al poder político al obligarlo a transparentar sus modos. Pero también ha ocurrido lo contrario: el poder político censurando a los medios, o negociando con ellos. Y también ha habido tensión entre los periodistas y sus empleadores, los medios de comunicación: esto fue patente en la creación del Colegio de Periodistas, cuando el presidente Ibáñez estableció una suerte de alianza con un grupo de periodistas, en contra de los dueños de medios. En fin, yo diría que es una tensión que no se va a decantar nunca por ninguno de los tres vértices, y eso no me parece tan mal”.
¿Es lo que sucedió en la historia de Chile reciente durante el gobierno de la Unidad Popular?
“No, de hecho, uno podría argumentar lo contrario: en esa época el poder de los medios opositores a Allende fue muy fuerte, aunque, desde luego, fue contestado desde La Moneda a través del uso de restricciones a la libertad de expresión que estaban permitidas en el ordenamiento legal. Sin embargo, las condiciones políticas de ese periodo fueron tan extremas y excepcionales que me cuesta caracterizar a la totalidad de la historia del periodismo en Chile a partir de esos años”.
¿Qué rol jugaron los periodistas en la polarización del país?
“Es algo que requiere más estudio. Por el momento, la respuesta remite a la duda sobre si la gallina o el huevo van primero: ¿los periodistas y sus medios polarizaron al país o simplemente reflejaron fielmente una realidad política y social polarizada al extremo? Yo creo que está probado que los medios contribuyeron al quiebre de la democracia, fundamentalmente a través de la exacerbación de una retórica de amigos y enemigos, denostativa, destitutiva o difamadora. Pero no se les puede asignar la totalidad de la responsabilidad”.
¿No pudieron manejar la tensión que se abalanzó sobre él país?
“No me parece que el rol de los medios de comunicación en democracia sea ‘manejar la tensión’: eso corresponde al poder político y fundamentalmente al ejecutivo; de hecho, pienso que el rol de los medios, en todo tiempo y lugar, es reflejarla e informar que existe. Dicho esto, desde 1970 cada bando se preocupó de conformar un sistema de medios de comunicación propio, de manera de llevar a la opinión pública hacia la oposición o apoyo del gobierno. Es decir, hubo un esfuerzo consciente, de alguna manera, de ‘prepararse para lo que venía’, y no en el sentido de enfriar las cosas”.
¿Qué sucede con el periodismo durante la dictadura militar?
“El periodismo ligado a la izquierda es aniquilado física y legalmente. Desaparece. El periodismo ligado a lo que había sido la oposición a Allende es permitido, apoya a los militares y prospera. Sin embargo, hay que decir que no todo es tan en blanco y negro. Las restricciones a la libertad de expresión fueron una moneda de cambio común desde 1925, los militares simplemente toman algo que ya había y lo aumentan. Así, la prensa ‘partidaria’, digamos, no fue una prensa libre: de hecho, hay varios incidentes en el periodo en que La Tercera e incluso El Mercurio sufrieron restricciones ordenadas desde La Moneda. Dicho esto, no se puede argumentar que fue una prensa que hizo su trabajo, pero hay excepciones en que la disciplina periodística intentó dar a conocer parte de lo que pasaba, y sufrió restricciones”.
¿Cómo usó la censura?
“Es uno de los recursos a los que la dictadura echó mano para limitar la libertad de expresión y el derecho a la información de los ciudadanos. Funcionó en los primeros años, de manera bastante chapucera, hay que decirlo, pues dependía del arbitrio del militar de turno. Hubo otros fenómenos que, a mi juicio, perjudicaron más la libertad de expresión, como la estructura paralegal que montaron los militares que, por ejemplo, exigía permiso de la autoridad para fundar medios de comunicación. La autocensura, me da la impresión, termina siendo mucho más efectiva que la censura”.
¿Cómo reacciona la oposición?
“Ya desde 1974 hay voces críticas a los militares que se expresan en la acotada prensa demócrata cristiana; pero al poco andar ella es censurada también. El periodismo opositor se articula en pequeñas publicaciones surgidas al amparo de la Iglesia Católica: APSI y el Boletín de la vicaría de la Solidaridad; las radios Cooperativa y Chilena, luego las revistas Análisis y Cauce y los diarios La Época y Fortín Mapocho. Recuerde usted que esta era una dictadura que no admitía que lo era, de modo que siempre hubo alguna pequeña válvula de escape para la libertad de expresión. Sin embargo, estas publicaciones, y los periodistas que les dieron vida, vivieron bajo una presión y temor extremos, y desde luego que no se puede afirmar que ejercieron un periodismo libre: siempre tuvieron encima la amenaza de la cárcel, la tortura y la muerte”.
Revistas como Hoy, Apsi, por ejemplo, ¿cómo permiten un periodismo más libertario en estos complejos años?
“Es un proceso que se va dando de a poco, y que crece en los pequeños espacios de libertad que existieron, Hoy es la heredera de la vieja revista Ercilla, que era opositora a Allende, y en dictadura funciona al amparo de la DC. Apsi comienza como un pequeño boletín de noticias internacionales. Ambas recibieron financiamiento del extranjero, articulado por las organizaciones laicas católicas. No es que la dictadura ‘permita’ esto como una graciosa concesión, sino que estos periodistas y editores tomaban los pocos espacios que había, con gran riesgo, incluso personal. Desde luego que fueron perseguidas y amenazadas, pero al final del día, estas revistas también informaban, de modo que era difícil, aún para los poderes omnímodos del gobernante de entonces, cerrarlas de un sopetón. Recuerde también que después de 1980 la dictadura intenta armar una institucionalidad, cuesta un poco más que las cosas sean absolutamente arbitrarias, como había sido hasta entonces”.
En esos años del régimen militar se produjeron graves violaciones a los derechos humanos. ¿qué costo tuvo para el periodismo y para la sociedad chilena que no se conocieran en plenitud, que se hicieran montajes, etcétera?
“Me parece difícil compartir la tesis de que ‘no se sabía’. Se sabía. Lo que ocurría era que estas informaciones no iban a primera página, pero sí había cierto seguimiento en las páginas destinadas a cubrir tribunales, por ejemplo. Ahora, la televisión ignoró absolutamente estos temas, y la población se informaba por la televisión, así que es efectivo que, en la gran masa de la población, hubiera desinformación, no así en la elite informada. Lo de los montajes ocurrió y está documentado. Son casos graves, pero no ocurrieron todos los días. El costo es alto. Por otro lado, era imposible que la prensa establecida hubiera cubierto estos temas de derechos humanos como se debía: simplemente hubiera corrido la misma suerte que la prensa de izquierda. Tal vez es más preciso decir que no podía ni quería cubrirlos apropiadamente, con la jerarquía que la realidad demandaba”.
¿Cómo aprecia el periodismo chileno en la actualidad?
“Muy precarizado, con las salas de redacción disminuyendo, con los profesionales trabajando desde sus casas, con los medios establecidos muy reducidos, más bien subordinados a las redes sociales. Es un periodo muy complejo”.
¿Cumple su rol de fiscalizador?
“Sí, hasta el momento sí. Lo de Ciper es muy decidor”.
Alfredo, ¿cómo aprecia la situación del periodismo regional?
“La desconozco en detalle. Pero tengo la tesis que parece que los medios regionales tienen un problema de segmentación: deben necesariamente abarcar públicos muy grandes y con eso se deshace un poco el poder de influencia que puedan tener en el sistema de toma de decisiones directa, es decir, La Moneda. Ahora, en términos de influencia en lo local, juegan un rol muy importante; las empresas con operaciones en regiones revisan atentamente lo que se dice de ellas en los medios regionales”.
¿Qué peligros lo acechan?
“Los mismos que a la prensa nacional, me atrevo a decir: la pérdida de audiencias a manos de las grandes plataformas digitales, y la consecuente huida de la inversión publicitaria hacia Palo Alto, California; o Texas”.
¿Cuáles son sus fortalezas?
“La influencia que puedan construir a nivel regional, sobre los sistemas de toma de decisiones, distribución del poder, empresas y audiencias”.
¿Cree que se compatibilizan los diarios en papel y en formato digital?
“No creo que exista una diferencia. El papel está completamente dentro de ‘lo digital’. De hecho, los medios que originalmente eran ‘solo papel’ enfrentan, en un ambiente digital, la competencia de medios que eran originalmente ‘solo radio’. Me parece que no hay diferencia, a nivel de consumo de medios, entre el instagram de Mega, la web de BioBio o los videos de la edición central de 24 Horas”.
¿Cómo se podría afianzar la fortaleza de los diarios regionales?
“Lo ignoro. Es la pregunta del millón”.
Ante la precarización de los medios ante las redes sociales, ¿cómo pueden reaccionar?
“En Europa han recurrido al poder político y algo ha salido de eso: la institucionalidad democrática ha obligado a las plataformas a pagar a los medios por el uso de contenidos. Pero también es una de esas preguntas ‘del millón’. Creo, eso sí, que toda solución que implique algún tipo de regreso al pasado está desahuciada de antemano. La reacción exitosa va a ser una de adaptación a la realidad de la sociedad digital, no de restricciones que busquen regresar al pasado”.
Tuvo una estadía en Nueva York que fue importante en su formación. ¿Qué destacaría de esa experiencia?
“El rol que juega el reporteo en el ejercicio del periodismo. Eso y la verificación creo, son las dos principales características que separan al periodismo profesional del que practican los aficionados en las redes sociales”.