Luminanda, así se llamaba la bruja de Copequén (comuna de Coinco, O’Higgins) donde se crió mi padre, digo bruja con todo el respeto que merece este título, con toda la admiración también. Ella ayudó a parir a dos de mis tíos paternos. Obviamente parían gratis, ¡cómo no! El capital dentro de su economía no tenía sentido, no les servía prácticamente tener un valor común como el dinero para poder adquirir nuevas cosas, porque conducían un bien inmaterial como la naturaleza. Y es que no hay bruja que no sepa de hierbas, está claro. No hay brujo que no sepa de alquimia. Bien cabe la salvedad al decir que nos convoca la bruja/o, no el hechicero/a ni el mago/a, aunque en la bruja podamos apreciar cualidades de ambos; los hechiceros hacen el mal como las brujas de los cuentos de hadas y los magos hacen el bien, como los jedis, el mago Merlín o Panoramix de Ásterix y Óbelix que era un druida, igual como dicen que fue la fallecida reina Isabel, iniciada en 1946 se supone. Pero independiente de las diferencias entre hechiceros y magos, la connotación popular de brujas y brujos los distinguía como tal.
Un día mi tía Cora como niñita, ayudó a una señora que se había caído en las zarzamoras, la que en señal de agradecimiento le regaló unos higos. Mi tía los llevó para su casa con un poco de duda porque decían que esa señora era bruja. Llegada la tarde llegó de visita oña Luminanda, se refrescó un poco, conversó un rato, cosas normales porque tampoco es que sean seres asociales, cuando de pronto vió la mesa y preguntó tajante: -¿y estos higos? Hay que botarlos ¡bótenlos! ordenó a mi abuelita. Y los tomó y los botó. No se supo por qué, ni hubo explicaciones. Algo tienen que nosotros no tenemos. ¿Algo que perciben o saben? ¿qué saben de las plantas? En “El libro completo de la brujería de Buckland” de Raymond Buckland establece relación entre la brujería y lo pagano, porque por supuesto que un brujo, hechicero o mago es evidentemente un pagano, no hay duda de que es un libre pensador y auténtico de sus creencias, por algo son ermitaños. Allí dice además que un pagano viene del latín “pagani” que significa “moradores del campo”. Mi padre dice que vivían en plena miseria, como les solía suceder a todas quienes les era heredado el “arte” como le decían. Me cuenta que eran tal cual como las pintan en las películas; había una que tenía el mismo clásico lunar en la nariz. Es que imagina la connotación de sus labores que todo el mundo o les temía o las respetaban, si hasta mi abuelito hablaba de ella con cierto cuidado. Oña Luminanda le ofreció a mi abuelita varias veces “curar” la picardía romántica de mi abuelo con la pura medida de sus calzoncillos, solo eso necesitaba decía. Pero ella nunca accedió.
Vi un meme que me dio risa, decía: “No eres la nieta de las brujas que no pudieron quemar, sino que de una señora católica”. El tema es que realmente las mandaban a quemar, lo que no deja de llamar la atención. Independiente de que hayan sido parteras, abortistas, hechiceras, se consideraron paganas por tener “pactos con el diablo”. Ya ve usted que la Iglesia a todo aquello que no era cristiano lo tildaba de diabólico. En el diario El país hay una noticia del 2007 acerca de la última bruja quemada en Europa el año 1782, en Suiza, la cual fue rehabilitada tras comprobar su inocencia 225 años después. En dicha noticia dice que la caza de brujas se realizó tanto en países católicos como protestantes, entre los siglos XV y XVII quemando vivas unas 100.000 personas bajo acusaciones de brujería. El 80% eran mujeres. Pero ¿realmente eran peligrosas o fue parte del extremismo religioso de la época? Quien sabe.
La documentación dice que entre las brujas europeas y las americanas coinciden en los Aquelarres, reuniones secretas y por supuesto clandestinas que realizaban. En Copequén las hacían en un cerro cercano a la Cachantún, donde había una piedra grande llamada El Peñón, allí los niños iban a tirar piedras. ¿Existirán todavía las brujas? Noto cierto entusiasmo por el tema, quizás debido a la ermitañización de la sociedad o la crisis de las instituciones religiosas, sin embargo, una forma de vida citadina, tan alejada de la naturaleza y ciertamente alienada por el deseo artificial e instantáneo que nos envuelve hoy, hace difícil su costumbre como en la época de mi padre. Nadie va por la calle y dice “ah pasó oña Luminanda que iba a hacer unas sanaciones a don José”. Claro que no, hoy hay médicos para todo, hay profesiones que suplen sus tareas y bosque va quedando re poco. Si es que existen deben quedar algunas. Aunque una idea me hace sentido, y es que donde hay información preciada se resiste a desaparecer en la herencia a resguardo, y las enseñanzas por mucho que no vayan con el espíritu de los tiempos, perviven en la intención de quienes sacrificaron todo para ganar el “arte”. Por otra parte, solo cuantificamos lo registrable, es decir aquello que está dentro del “mundo”, pero es inapreciable lo que en él no se inserta, por tanto, podría ser que más de alguna vez hayan pasado por nuestro lado y sin brisa no lo notamos. Como también puede ser que se hayan extinguido como una especie que se romantiza del pasado. De cualquier modo, un saludo para ellas, para que me tengan a bien considerar.
Franco Caballero Vásquez