Siempre he sido partidario, en teoría, de la descentralización, de la regionalización, de la desconcentración. Todo esto en la lógica de que para ser libres y exista justicia, el poder de todo orden, se encuentre lo más distribuido posible. Sin embargo, en la práctica no he sido tan proclive al observar lo que tiende a ocurrir cuando se traspasan recursos y atribuciones a instancias regionales o comunales.
Me resulta imposible no ariscar la nariz y hacer presente mis aprensiones a quienes pregonan la necesidad de impulsar una regionalización efectiva y veo que lo hacen para llevar agua a sus respectivos molinos. Estas aprensiones se basan en información que nos llega a diario: para no pocos el traspaso de recursos a instancias locales, municipales o regionales se asemeja a una suerte de asalto a mano armada, a una política del agarra aguirre que se inscribe en una lógica política de “cómo vamos en la parada”. En vez de una redistribución del poder, tendríamos que hablar de una redistribución de la corrupción.
Intentemos clarificar qué estamos entendiendo por corrupción. Aunque damos por sentado que todos sabemos qué es, no está de más, explicitar lo que entendemos por tal: “el mal uso de los recursos y/o atribuciones que se disponen para obtener beneficios personales ilegítimos, que contravienen la ley y los principios morales que supuestamente nos guían”.
En todo acto de corrupción confluyen dos partes: quien corrompe y quien es corrompido, pudiendo ser ambas partes tanto autoridades, como simples mortales de a pie; ser entre personeros públicos como privados, o entre personeros de ambos mundos. En todo acto de corrupción hay un aprovechamiento del poder político y/o económico que dispone una de las partes para obtener ventajas, beneficios que de otro modo no se tendrían.
Los medios de comunicación y las redes sociales han estado sacando los trapitos al sol, de a cuentagotas y enfatizando unos datos sobre otros en base a sus propios intereses, a los colores de su preferencia. Los motivos por los cuales distintas autoridades regionales y/o comunales han estado implicados y/o investigados son de una diversidad que no deja de asombrar, muchos de los cuales se interceptan.
A modo de ejemplo acá van las causas por las que muchos personeros han sido o están siendo sometidos a proceso: fraudes al fisco, enriquecimientos ilícitos, lavados de activos, malversaciones de caudales públicos, falsificaciones de instrumentos públicos, ausencia de rendiciones de cuentas, rendiciones no justificadas, desfalcos al fisco, asociaciones ilícitas, apropiaciones indebidas, cohecho, usos maliciosos de instrumentos mercantiles, sobornos, negociaciones incompatibles, estafas y fraudes de subvenciones. Para quienes no estamos sumergidos en el mundo de las leyes nos cuesta diferenciar el significado de estos términos, pero todos tienen en común la codicia y el manifiesto abuso de poder por parte de quienes están siendo acusados.
En los últimos 10 años el total defraudado a nivel municipal supera los 200 mil millones de pesos. Quienes llevan el pandero en esta materia son Virginia Reginatto y Katty Barriga, ambas en representación de la UDI y en su condición de alcaldesas de Viña del Mar y Maipú, respectivamente. Ellas dos solas superan con largueza el 50% del total defraudado por el resto de los alcaldes comprometidos.
Si bien en esta ocasión el énfasis está puesto en la corrupción a nivel comunal, que no se crea que ella es mayor a la nacional, o que se limita al ámbito municipal. Bien sabemos que también está afectando al ámbito político nacional, al de las FFAA y Carabineros, y a las fundaciones, teóricamente, sin fines de lucro.
Si no queremos vernos ahogados en el flagelo de la corrupción, necesariamente hay que ponerle coto, duela a quien le duela, esté donde esté, caiga quien caiga, partiendo de arriba hacia abajo. De lo contrario me temo que estemos fritos. Y para evitar estar fritos, hay que estar ojo al charqui, particularmente a la hora de votar en las elecciones por quienes se tenga la seguridad de estar libres de toda sospecha.
Rodolfo Schmal S.