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La poética rural de la escritora y música Alejandra Moya Díaz

Alejandra no sólo declama con una voz cadenciosa y de manera vivaz las letras de sus textos, sino que integra otras artes en sus actos, como la música y la danza, elevando la poesía a un espectáculo poliartístico (por Lilian Barraza Pizarro)

Alejandra Moya comenzó a escribir poesía a los 15 años, pero nunca ha publicado un poemario.

Violeta Parra denominaba “composiciones” y no “canciones” a su obra.  Su último LP abre y cierra su disco con una entrada y un final, tal como sucedía en los circos donde había cantado desde joven.  El dar una estructura a una obra artística (componer), no solo es propio del ámbito musical como es conocida popularmente esta artista, sino también literario.  Antes de la música, hubo palabras, hubo un texto escrito que nació de un sustento emocional; hubo, en definitiva, poesía.  Alejandra Moya Díaz (Curepto, 1991), me recuerda un poco a Violeta.

Ella comenzó a escribir poesía a los 15 años, pero nunca ha publicado un poemario.  Recién se hizo conocida como escritora con la publicación de su libro “Depresión Intermedia”, sin embargo, también es música, oficio que realiza junto a su pareja Pablo Rojas y la banda “Tralka Kalfu”, donde además de cantar y tocar la guitarra, ukelele, bajo y algunos instrumentos de percusión, ha compuesto obras como: “Hace tiempo que”, “La cumbia del ego”, “La lluvia buena”, entre otras, las que posteriormente musicaliza con la banda.  No solo eso, también es pintora y presentó la exposición “Trino de Corazón” en la Casa de la Cultura de Pelluhue, junto a Pablo Rojas. Actualmente, está por publicar su segundo libro “Calpún”, que hace una revisión de su infancia a orillas del Mataquito.

A propósito de Calpún, Ale Moya habla de la “matria rural”, marcando como referente la propia tierra del nacimiento y sentimiento.  En ésta, la semilla germina como lo hacen las mujeres, fuente de vida y fortaleza.  Al vincularse con la historia de sus antepasadas, ha comprendido que “existe un matriarcado muy camuflado al alero de la masculinidad basal.  Las mujeres somos fuente de todo, especialmente de espiritualidad”.  Esta fortaleza se ve reflejada en su bisabuela, quien viajó sola desde España y se desempeñó como obrera en los fundos para mantener a sus hijos; en su abuela viuda, que también tuvo que hacerse cargo de su hogar; en su madre que siempre vivió en el campo y en ella misma, una mujer entre varios hermanos, habitando esos espacios.  “La etiqueta de ‘María’ que se nos ha asignado a lo largo de la historia, se ha ido integrando a nuestro cuerpo como un arquetipo de dolor y sacrificio”.  Bajo esa perspectiva, la “matria rural” profundiza el estigma de que todas somos María, como sus abuelas, que aún no llevando ese nombre son nombradas de ese modo.

En su adolescencia, Alejandra se distanció de esos espacios rurales para estudiar Psicología en la Universidad de Talca, profesión que hoy ostenta.  En esa época, su personalidad estaba asociada a tendencias más egoicas.  Como psicóloga clínica, se desempeñó en hospitales como el de Lolol y Santa Cruz, donde buscó mecanismos para que los pacientes se vincularan con diferentes agentes comunitarios.  Esta práctica también la ha utilizado para que los expacientes tengan un soporte emocional que evite las recaídas.  La conexión con la comunidad es necesaria, expresa, pues cuando a un paciente se le da el alta, se pierde un poco su rastro.  Por otro lado, le interesa la psicología transpersonal, humana, especialmente por la utilización de dinámicas y técnicas para estudiar patrones transgeneracionales.

A través de esta psicología, comprendió que somos parte de una energía universal.  “Todo aquello que hacemos y decimos es parte de nuestra alma y, en esa espiritualidad, nos vinculamos a Dios, independiente de la concepción que cada persona tenga de este ente”.  Llegar a este aprendizaje se produjo por varios eventos, el más nefasto fue la muerte de su hermano mayor, razón por la cual estudió Psicología.  Nunca se había cuestionado sobre cómo los estereotipos atiborran a las personas, llevándolas a la debacle.  Por ejemplo, el “deber” de los hombres de ser proveedores, la presión social por estudiar algo y terminarlo, la falta de comunicación, de desarrollo social, creencias como que el hombre no “debe” llorar ni quejarse. “En el ejercicio clínico es posible identificar que los hombres desarrollan enfermedades psiquiátricas severas. Las mujeres, en cambio, tenemos un poco más de estrategias emocionales para capearlas”.

Tras la pérdida de su hermano, comenzó un periodo de autobservación, lo espiritual se hizo necesario.  Su libro “Depresión intermedia”, que fue editado por Litoraltura en tres oportunidades (2020, 2021 y 2022), tiene mucho de él en su personaje protagónico.  El libro es un híbrido entre narrativa, monólogo interior y poesía.  Ella lo denomina “Cuaderno de notas” y en verdad tiene la estructura de una bitácora, no hay títulos de capítulos, sino “indicaciones” de la fecha, lugar, hora y tiempo (clima).  Comienza el 15 de mayo de 2015 y termina el 3 de enero de 2016.  Si leemos sólo esta información a lo largo de los capítulos, nos vamos dando cuenta del estado de ánimo del protagonista, de su “evolución” psicológica.  El libro desarrolla una fecunda y bien lograda crítica al sistema neoliberal, donde la soledad abruma y la salud mental no tiene cabida.  Cuando el personaje reflexiona-acciona más allá de los tantos binomios que se cruzan en su vida, entonces sale de los cabales, lo que lo segrega del sistema. Al finalizar el libro, quien lee no puede dejar de preguntarse cuál es el verdadero delirio. El contexto está ambientado claramente en la ciudad de Talca, mencionando en la primera nota al Hospicio de Avenida Colín, lugar donde se alojaba a los delirantes.

“De repente hay que quedarse en la caverna y autoexplorarse”, dice la autora.  “Depresión Intermedia” es fruto de estos auto descubrimientos, pero también del contexto histórico social con el cual se siente profundamente comprometida. Por un lado, el movimiento feminista que iluminó su reflexión sobre aquello que había normalizado, ya que siempre se había sentido cómoda con las bromas machistas, los juicios de valor contra mujeres y otres, dado que nació en un hogar prevalentemente masculino.  Por otro, el estallido social, que le permitió vivenciar y compartir la rabia popular por las injusticias.  “Las nuevas generaciones comenzaron a darse cuenta de las situaciones de abuso a lo largo de la historia.  Todo lo anterior fue un dolor que se transmutó en aprendizaje y el aprendizaje en liberación y esa liberación se transformó en búsqueda de Dios”.  Se encontró con gente trabajando arduamente sin parar, estudiando por más diplomas y se dio cuenta de que no podía disfrutar la vida, lo que realmente le importaba, aquello a lo que le gustaría dar forma, pues no tenía tiempo de hacerlo.  Por otro lado, con la pandemia el exceso de trabajo se exacerbó, así que hoy trabaja menos horas como psicóloga y dedica su tiempo a aquello que le importa: la música, el canto, la escritura y está a la espera de su primer hijo: Nicanor.

Su libro “Depresión Intermedia” ha tenido críticas positivas, entre ellas las de los escritores Juan Mihovilovich y Gonzalo Robles Fantini.  Al igual que Violeta, que nació y recogió el folklore del campo, Alejandra Moya se desplaza por diversos lugares y se nutre de la naturaleza y de lo que observa en la gente y la sociedad.  Como escritora, fue de aquí para allá presentando su libro en diversas ciudades como Talca, Linares, Curicó, Curepto, Temuco, Victoria, Las Cruces, Santiago.  Por ende, su libro no queda como un objeto estático, sino que al reeditarlo y moverlo de un lugar a otro, lo resignifica como obra artística.  Por otro lado, como cantante y música, precisa itinerar con la banda por diversas localidades de la Región del Maule, promoviendo el arte desde una vertiente póetico-rural, donde las fiestas populares y las tradiciones cobran vida.

Con el poema a la mujer campesina que aparece en este libro y que recita al compás de la guitarra de su compañero, se resume el contenido de esta poética: Una chica maulina que podría ser una protagonista/ más triste de un cuento de Mariano Latorre,/ hoy mujer mayor/ de espalda corva y labios partidos,/ la piel curtida en el ceño fruncido,/ y su aflicción por terminar/ lo que le queda por picar de chacra./ Sabe que ha desarrollado un cáncer a la piel,/ rucia de campo, tostada por la sal de mar/ y el sol quemante de los rulos de los valles/ de la costa maulina,/ le ha dado trabajo eso de la comezón/ y guarda en sus ungüentos/ secretos ancestrales para tratar de ver sus males…”. Alejandra Moya no sólo declama con una voz cadenciosa y de manera vivaz las letras de sus textos, sino que integra otras artes en sus actos, como la música y la danza, elevando la poesía a un espectáculo poliartístico.

Para hacerse artista, Violeta comenzó con la guitarra y su voz, se imprimió la tierra en la piel, quiso seguir aprendiendo y mostrando su arte, emigró para aprender de otras culturas.  Fue vanguardista en su composición literario-musical y en su arte en general, pero a pesar de ello, siempre fue separada del canon en su propio país, mientras estuvo con vida y también después de su deceso.  Quizás porque provocaba una tensión mayúscula para la época con temáticas entre campo y ciudad, tradición y originalidad, etnicismo y crítica política; quizás porque por siglos se ha depreciado estas temáticas; quizás porque nadie puede arrogarse el derecho de vivir del arte.  Alejandra Moya, también ha encontrado algunas tensiones.  Como escritora, le “costó encontrar espacios para sobresalir, hubo que alejarse de los círculos para poder armar sus propias redes, no al alero de los poetas”. Como artista, es avanzar también contra la corriente que desvaloriza el arte, pero afortunadamente, también hay otros que “nadan contra la corriente”, igual que ella.

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Alejandra declama con una voz cadenciosa y de manera vivaz las letras de sus textos.
La escritora también es música, oficio que realiza junto a su pareja Pablo Rojas y la banda “Tralka Kalfu”.
Su libro “Depresión intermedia” fue editado por Litoraltura en tres oportunidades (2020, 2021 y 2022).
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