En tiempos de robótica avanzada como la actual el levantamiento del libro como objeto, cultura o arte, ha sido notable, y ha derribado todas las advertencias negativas acerca de su uso. ¿Quién podría decir hoy que los libros no se leen o que no se compran? ¿Podríamos decir que ya nadie compra libros? De seguro un lector del diario es también un consumidor de libros. Ya está. Los libros no han desaparecido, ni menos están en extinción, los libros están vivos y todavía son árboles fuertes y cálidos del ecosistema.
Los libros viven entre nosotros. A estas alturas, con la cantidad de ferias y fiestas del libro a lo largo del país, sobre todo en el mes de abril, podemos decir que ganaron, ganaron las páginas, las letras, los prólogos y todas las personas que trabajan relacionadas al que, además, es un objeto artístico. Victoria de los profesores de Lenguaje, medalla de honor para ellos que defienden la lectura, la inculcan y todavía hacen leer libros a los estudiantes, bien por el plan lector. Sobre todo, cuando algunos rebeldes docentes intentaron sustituir los libros por películas. Bien también por las familias que lo fomentan a sus hijos, por la multiplicidad de librerías, bibliotecas y editoriales, que han surgido en esta nueva vida post 2020. Incluso se pensaba que el e-book podría vencerlo con creces en poco tiempo, ahora es cosa de ver las estadísticas. Incluso en marzo aparecieron en La Tercera los índices que demuestran el aumento de la costumbre de pedir libros en bibliotecas. El libro sigue siendo un bien preciado en el velador, en el living, en la cartera para las salas de espera o tiempos libres, en el estante junto a los otros, o bajo el brazo cruzando el otoño. Por mucho que las redes sociales hagan de todo esto una estética, una bien antigua por lo demás pues siempre ha sido atractivo ver una persona leyendo en cualquier escenario, podemos decir que es un hábito que se sostiene y crece.
Una revolución puede ser un acto radical que lo cambia todo, como también un acto reactivo ante una causa que emerge. Es que el libro no es lo mismo que el celular. Acostarse a ver el dispositivo tecnológico que me enturnia o desplazar la vista por bellos sintagmas que encienden el cine interior antes de dormir para cimentar el camino de los sueños, es toda la diferencia que debemos saber para la salud del descanso, el cuerpo y la mente. Qué decir de un libro para aprender, eso sí que es otra cosa, eso ya se vuelve peligroso y lo convierte a uno en un agente directo del progreso y el bienestar colectivo, pero no vayamos tan lejos. Aunque no estaría tan mal abordarlo en un mundo que germina sujetos como Elon Musk, contaminador del espacio y reflejo de la necedad en la cúspide, muy propio de nuestros tiempos. ¿Qué diría Spinoza y su Ética al vernos padecer las pasiones? Y es que bueno, el intelecto que promueve la lectura no solo es una dialéctica para las pantallas y la cibernecia, sino también para los afectos, las emociones que nublan el juicio y todos esos instintos que no surgen desde la cabeza. En el fondo, el libro también viene a combatir el goce insustentable que genera el capitalismo; enfría los placeres efímeros y livianos que consumen el ánimo y el rigor para ensanchar el timo de la razón, el pensamiento, la conciencia y en el fondo la ética. Promueve la lectura y estarás combatiendo los vicios humanos.
Inter folia fructum, querido y recordado Sefton Elsdale, entre las hojas está el fruto. Pero este fruto, por mucho que se proclame como tal, no solo se da en otoño, en abril, sino que se da durante todo el año. Es parte de la relación inacaba, infinita, entre la sociedad y el arte, un estrechamiento singular entre el ser y el conocer. Ahora podemos decir, venciendo el ánimo distópico que le gusta mantener a algunos soldados del pesimismo, la lectura es una actividad espontánea del ser humano, algo que no es dirigido ni manipulado, ni negociado, ni sistémico, como tantos intereses instalados, no, es solo una condición del ser por expandir la frontera de la comprensión, por hacer del cuerpo un espacio organizado y entendido, vaciado de todo mal, aliviado de toda ambición para que después no tengamos que cortar los árboles para darle paso a los cables.
Franco Caballero Vásquez