La ultraderecha agarró vuelo. Algunos dicen que se veía venir, aunque difícilmente alguien pensó que tomaría tanta fuerza. El fenómeno se inscribe en un contexto mundial en el que está en alza. Aunque Trump y Bolsonaro no ganaron en sus últimas elecciones presidenciales, obtuvieron votaciones nada despreciables. Debe reconocerse que ganó, resucitó el pinochetismo puro y duro, sin mayores disfraces.
La complejidad de los problemas de todo orden no resueltos por la política convencional alientan la proposición de soluciones simples vía golpes de autoridad. Tales golpes vienen dados por la imposición de orden y seguridad por la vía de la represión, allí donde la ciudadanía percibe que reina el desorden y la inseguridad. Que esta percepción coincida o no con la realidad depende del cristal con que cada uno mira lo que ocurre, mirada que a su vez está influida por los medios de comunicación. Y la fuerza de esta influencia, para bien o para mal, depende del capital educacional-cultural de que disponemos.
El año pasado los republicanos no rechazaron la propuesta constitucional para reformarla, sino porque se sienten a gusto con la constitución del 80. No querían un nuevo proceso constituyente, pero se sumaron a él tan solo para medir fuerzas con la derecha convencional a la que no dudan en calificar de cobarde por considerar que ha claudicado de sus principios. Y ganaron la disputa por lejos, dejándola derecha en el limbo. En el consejo constitucional tendrán más del doble de consejeros. Y al otro lado, la izquierda salió magullada por la marea ultraconservadora, así como la centroizquierda moribunda, sin representación alguna en el consejo.
La apuesta de los republicanos de ir solos, fue exitosa, dieron con el palo al gato. En cambio, la de la centroizquierda de ir en dos listas, fracasó. Se puede especular si yendo en una única lista, la izquierda habría alcanzado un par de consejeros más. En cualquier caso insuficientes para detener el tsunami ultraconservador que se instaló en este consejo constitucional para hacer lo que quiera con camas y petacas.
En pocos años se dio vuelta la tortilla. Reflejo de la volatilidad, la liquidez de los tiempos actuales donde el grueso de los mortales cambia de bandera política como quien se cambia de camisa. Consecuencia de la mercantilización de la política en tiempos donde priman los intereses individuales por sobre los colectivos.
Se suele imputar la responsabilidad de las volteretas electorales a terceros: a los fake news, a la danza de millones implicados en cada elección, a la penetración del neoliberalismo en nuestra psiquis o al desconocimiento de las personas de lo que está en juego. Este análisis en el que está la izquierda, es absolutamente insuficiente, y requiere complementarse con una reflexión introspectiva. ¿Cuál es su responsabilidad para haber llegado a esto? ¿Cuál es su propuesta u oferta?
Lamentable que la centroizquierda haya quedado reducida a la más mínima expresión. Lamentable también que la derecha haya sido arrollada por la ultraderecha. Con todo, creo que la democracia ha salido fortalecida. Parece una frase hueca, sin contenido, pero no lo es. No podemos afirmar que el pueblo es inteligente cuando se gana, y tonto cuando se pierde. Ahora tocó perder. Las derrotas enseñan más que los triunfos. Hay que saber ganar y perder en las buenas y en las malas, en las condiciones que sean. De lo contrario se corre un alto riesgo de ingresar al túnel de la frustración, de la amargura, de la depresión. Hay que levantar cabeza.
La ciudadanía se ha volcado a una opción proclive al autoritarismo. En el pasado los golpes eran duros, vía militar, a punta de sablazos. Hoy, desde los mismos sectores, los golpes son blandos, a punta de votos, vía democrática. Parece paradojal que se haya dejado en manos de la derecha un proceso constitucional impulsado desde la izquierda y las movilizaciones sociales. Es como dejar al gato cuidando la carnicería. Sin embargo esto es lo que ha ocurrido.
Con todo, confío en que saldremos bien parados de esto. No hay mal que por bien no venga ni mal que dure 100 años.
Rodolfo Schmal S.