Son muchas las ocasiones en las que he destacado la trascendencia de este mes en el devenir histórico de nuestro país. Pareciera que en Chile todo ocurre en septiembre, como que todo se inicia o se relaciona con este mes primaveral. Por eso es que, esta vez, atenuadas un poco las pasiones por la conmemoración del medio siglo transcurrido desde el golpe de Estado, quiero tomar aquel hito y proyectarlo a nuestra particular contingencia política. A ver si, al menos, hemos aprendido algo desde entonces.
Nada ocurre porque sí. La dramática interrupción de nuestra vida democrática de ese entonces, tampoco. Y si tratamos de analizar el complejo entramado causal que nos condujo a aquel quiebre, cobra especial relevancia la porfiada intención del conglomerado izquierdista que gobernó entre 1970 y 1973, de imponerle a la sociedad chilena un programa extremadamente transformador, revolucionario, sostenido por una minoría de esa sociedad.
La Historia nos enseña que nunca ha sido inocua esta pretensión. En ninguna época ni lugar. Por eso, si estamos hablando de democracia y declaramos nuestro respeto a la voluntad ciudadana expresada en las urnas, conviene recordar, una vez más, los resultados electorales de aquellos años. En 1970, la elección del 4 de septiembre arrojó que Allende obtuvo 1.075.616 votos. Alessandri Rodríguez obtuvo 1.036.278 y Tomic 824.849 preferencias.
Porcentualmente, y aquí está el meollo del punto que quiero relevar, el 36,63% de los votantes quería que el candidato de la izquierda, Allende, fuera el próximo presidente de Chile, mientras que el 63,37% no lo quería y, por eso, votaron por los otros candidatos. La voluntad ciudadana, no la de los parlamentarios, que vino después, expresó su rechazo al programa izquierdista y, por eso, votó por Alessandri o Tomic.
Las defectuosas reglas constitucionales de esa época determinaron que un candidato que había obtenido el 36,63% de los votos, se convirtiera en Presidente. Y más tarde, transcurridos casi 3 años de esa administración, esa misma voluntad ciudadana, esta vez expresada en las elecciones de marzo de 1973 volvió a rechazar los empeños revolucionarios del gobierno cuando, en un ambiente de extrema polarización, la oposición obtuvo el 55,49% de las preferencias, frente al 44,23 del oficialismo.
Hace 50 años, los chilenos rechazaban en las urnas la intención transformadora y refundacional de la izquierda de manera contundentemente mayoritaria. Y, hace 2 años, otra vez en septiembre, pero de 2022, el Plebiscito Constitucional efectuado al término del proceso constituyente iniciado el año anterior. Esa vez, decidiendo respecto de una propuesta constitucional igual de revolucionaria y refundacional que aquel programa de hacía 50 años, los chilenos abrumadoramente lo rechazaron. Conviene recordar las elocuentes y rotundas cifras: Rechazo = 61,89%, mientras que el Apruebo = 38,11%
Hoy, nuevamente en septiembre, observamos que la actual administración poco aprendió de la lección recibida hace 2 años. Cuando el Presidente anuncia que insistirá con un proyecto legislativo de aborto igual que el contenido en la propuesta constitucional rechazada, muchísimo más permisivo que lo que hoy existe; Cuando se anuncia que se presentará una iniciativa laboral de negociación colectiva multinivel, igual a la que se incluía en el Proyecto Constitucional rechazado; Cuando se vuelve a reactivar, para octubre, la idea de consagrar un supuesto derecho a la eutanasia, tal como lo señalaba la propuesta constitucional rechazada; Cuando se insiste en el término del actual sistema previsional y su reemplazo por un sistema estatal de pensiones sin participación privada y basado en el reparto, tal como lo contemplaba el artículo 45 del proyecto rechazado, el Gobierno pareciera no haber entendido que la inmensa mayoría ciudadana rechazó esas propuestas entonces, y hoy también.
Se llama aprendizaje al evitar caer, nuevamente, en los mismos errores. Quien lo hace así madura, se enriquece y avanza. Quien persiste, al contrario, sólo consigue atrasarse. Por eso, insistir en empujar cambios sustanciales que no cuentan con el suficiente respaldo ciudadano y han sido rotundamente rechazados, se llama tozudez, obstinación o pertinacia.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho