No se alarme el lector. No es tema contingente, pero, hace un siglo o tal vez más, el país se veía estremecido por el “estallido social” de la juventud, que eran enfrentamientos, sin duda. Se daban enconados combates, también. Pero su trasfondo no era político ni se cuestionaba a los gobernantes de turno. Nada de eso. Eran lides donde se pugnaba por elegir una reina, se sobrepasaba el permiso de los padres, que veían con algún recelo el que los jóvenes, por unos días “se mandaran solos” y las chicas vistieran vaporosos trajes y se lucieran “demasiado” con inquietantes escotes (por Jaime González Colville. Academia Chilena de la Historia)
En octubre, desde 1910 adelante, en conjunto con la celebración del Día de la Raza (gran festejo de otros tiempos) auspiciado por las colonias españolas, donde estas instituciones existían (Talca, Curicó, Linares, Constitución), se abrieron las celebraciones de las Fiestas de la Primavera, tímidamente primero, pero que la fuerza de la juventud las hizo irrumpir con arrollador ímpetu. El carácter europeo, más renovador y audaz, impuso a nuestra aún tímida sociedad desenvoltura y tal vez audacia.
Hubo pugnas, desde luego. Primero los padres que siempre, ayer como hoy, pretendieron cubrir bajo un manto autoritario a sus hijos. Pero también opinó el sentimiento católico de ese tiempo sobre lo pecaminoso de algunos aspectos. La Federación de Estudiantes de Chile, a través de la Revista “Claridad” (legendaria publicación que logramos digitalizar íntegra para nuestro archivo) llamaba a salir a las calles en cada octubre, a oler las flores, a disfrazarse, a elegir reina y armar una Corte de Honor. Los liceos laicos, que tenían más alumnos, recogieron el guante de inmediato. Ya en Santiago habían puesto en jaque a las autoridades en 1919.
Desde el otro bando, los colegios católicos miraron con recelo: el Blanco Encalada en Talca, el Instituto Linares, aquel fundado en 1911 y éste en 1919 tienen jóvenes, tal vez de gran devoción, pero bullentes de energía. En Linares no se les permite participar de las primeras actividades primaverales. Como la situación puede hacer crisis, las directivas de los establecimientos organizan “fiestas paralelas”, más recatadas, pero las farándulas del liceo atraen por su mayor vigor y desenvoltura.
En Talca y Curicó la situación no es menor. Los ecos llegan desde Santiago donde los poetas laureados (por ahí aparece un joven Neruda, un Raimundo Echevarría o un Joaquín Cifuentes, todos ligados coincidentemente al Maule) que se inmortalizan recitando ante una bella joven, con la cual incluso no cruzaran palabra por pertenecer a otra esfera social.
La efervescencia crece y los disfraces son cada vez más audaces: de la colombina o el pierrot, del guerrero medieval con que se presentó el joven poeta Lagos Lisboa a las fiestas de Villa Alegre a principios del siglo XX, se escala a la vestimenta atrevida. En Talca se imita a un Intendente y en Linares a un sacerdote. No faltan los que se visten “a la manera” de un rector o profesor conocido. Surgen las severas amenazas. Como medida precautoria, se dispone que en las comisiones de las fiestas, se incluya una persona mayor “para respeto”, pero los jóvenes hacen caso omiso de este invitado de piedra.
De a poco se involucran los padres: se dan cuenta que su niñita vestida de soberana sobre un carro de flores colma sus “chocherias”. Entonces echan mano a sus bien provistas chequeras para aumentar los votos de sus retoñas (los sufragios se vendían y esto era otra dura lucha). No faltan los enfrentamientos y enemistades entre familias por el depósito de última hora cuando ya las urnas estaban cerradas y que daba el triunfo a una chica que ocupaba el tercer o cuarto lugar.
En Santiago, Gustavo Campaña, adolescente todavía y más tarde gran libretista de radios, con la música de Javier Rengifo, lanza su inspirada canción “Los Estudiantes Pasan”, hasta hoy, la más bella y pura expresión de libertad y juventud, quizás poco recordada:
Con las alas abiertas que arranca
de los labios la viva canción.
es el alma luminosa, es el bravo corazón
que se vuelva locamente tras el sol.
En el cielo clavados los ojos
por la ruta de dulce ilusión
vamos todos invitando
hacia el reino de la luz
en las alas de la juventud.
CORO:
Cascabel, de dulce y claro tintinear,
el corazón nos va diciendo
que hay en toda promesa
un azul y luminosa realidad
que allá en el fondo del camino
esperándonos está.
Que se vuelvan las almas joviales
y que surja en las sombras la luz
y que al ritmo de este canto
bajo el cielo claro, azul,
triunfe el sueño de la juventud.
Adelante confiados y alegres
sirva el alma de escudo y pendón
la sonrisa entre los labios
sea el gesto vencedor
expresión de indomable valor
El tema supera los años y fue, por décadas el himno de las revoltosas fiestas de octubre. Los diarios más conservadores no pueden evitar algunas líneas de nostalgias: ”¡Quién pudiera ser niño para correr, brincar, hacer mil piruetas y enrolarse en esa alegre caravana que ríe, ríe sin cesar, con una risa ingenua y franca que sólo sabe imprimir la juventud! ¡Eso es vivir!”.
Pero en la medida que estas fiestas cobran vuelo y abarcan más estratos de la quieta sociedad de esos años, los “mayores” persisten en su afán de “imponer orden”. Sucede en Linares, Talca, Curicó, tal vez sin que existiera una coordinación o acuerdo. En Linares, en 1923 se establece un “Comité Organizador” que preside el Rector del Liceo Federico Arriagada. Otros “respetables” le secundan. Ha habido mucha “soltura” en los años anteriores y se debe meter en cintura a los jóvenes. En el colmo de las restricciones se dispone que los alumnos “no pueden votar” para elegir soberana. En Talca, se establece una especie de “comité de notables” para examinar libretos, fiscalizar disfraces y evitar alguna alusión ofensiva a las conspicuas autoridades civiles o eclesiásticas.
Pero los muchachos no están dispuestos a perder el terreno ganado. No faltan los enfrentamientos de grueso tono. El padre de Margot Loyola, don Recaredo, envía una larga carta al periódico “La Estrella” de Linares (29 de septiembre de 1923) donde asume la defensa de los adolescentes y rechaza las imposiciones del ridículo “Comité Organizador”. Se está al borde de la guerra total entre dos generaciones. Pero finalmente, “los caballeros” retroceden. La juventud sigue adelante. Ese año, doscientos mil linarenses emiten sufragios por las aspirantes al trono, en Talca se superan los trescientos mil votos. Ya los quisiera un político de nuestros días.
En Talca la Colonia Española de 1930 hace coincidir el 12 de octubre, Fiesta de la Raza, con la coronación de la Reina Hilda I (Hilda Montenegro Martínez) presentando un divertido sainete de Luis Buceta, en el Centro Español y donde tienen notable actuación Alberto y Rafael Arjona, Antonio Abasolo, Mario Oltra y las jóvenes actrices Chela Jiménez, Elisa García, Carmen y Carolina Montes.
Sí, era el “estallido de octubre” de esa época, pero si hubo un germen de rebeldía, éste se expresó en una limpia pugna de los “niños” de entonces con los mayores, demostrando que la juventud había conquistado un espacio y no estaban dispuestos a cederlo.
Estamos de acuerdo con quien reflexione: “Es que era otra época”. Sin duda.
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