No se trata de fútbol, pese a que, igual que en algún estadio, los resultados obtenidos en las elecciones del domingo pasado sorprendieron a muchos y no dejaron contentos a varios. Y, como a los ganadores se ha dedicado extensas páginas y largos minutos de pantalla, prefiero ocuparme de los otros, de los que perdieron. O de los que no ganaron, que no es igual, pero se parece mucho. Porque los dos derrotados mayores fueron, sin duda, aquellos que aparecían como los más seguros triunfadores. Ahora, ellos deben entender mejor el refrán popular que advierte que en la puerta del horno se quema el pan.
Joaquín Lavín fue derrotado por su propia historia. Demasiadas candidaturas, muchos matinales, varios fracasos y unas mudanzas ideológicas insólitas que nos hacían recordar el antiguo arte circense del contorsionismo. Con su derrota, que tiene algo de generacional y un poco de reproche, Lavín no sólo termina tristemente su carrera política, sino que también deja a su partido con la incómoda sensación de haber desperdiciado la ocasión de llevar a Evelyn Matthei como candidata. Que también hubiera perdido, pero con mayor consistencia doctrinaria.
Daniel Jadue es el otro gran derrotado. Tras haber liderado todos los pronósticos de los últimos meses, su pecado fue la mucha soberbia y la poca prudencia que se advertía en una conducta intolerante. Indudablemente hay en su derrota algo generacional, tal vez no de él, directamente, sino de su partido y de una ideología que pareciera no haber advertido el cambio de siglo. Defender dictaduras como la venezolana o la de Cuba fue tan absurdo como echar la culpa a los medios por su descalabro electoral, omitiendo su propia responsabilidad en ello.
No estoy seguro de poner en esta lista de derrotados a Ignacio Briones. Él sabía que sus posibilidades eran mínimas. Su partido, Evópoli, también. No obstante, se puso en carrera con la idea de defender ciertos principios económicos y posicionarse como una figura de cierta relevancia, seguramente pensando en una candidatura parlamentaria. Si lo logra, le sacaremos del listado. El que sí está, de todas maneras, es Mario Desbordes. El candidato de RN no ha tomado buenas decisiones este último tiempo. Dejar su cupo parlamentario y la presidencia de su partido para ser ministro de Defensa, brevemente, no fue acertado. Tampoco iniciar una candidatura presidencial sin contar con el apoyo transversal de su partido. Perder la elección interna fue una señal. Ver como numerosos parlamentarios le restaban apoyo y se sumaban a Sichel fue otra. Y la porfía de ignorarlas y persistir en su candidatura fue el error que le situó en el último lugar, dejando al partido político más grande del país fraccionado y dolido.
Muchos analistas señalan que entre los derrotados del domingo debe incluirse a los extremos políticos. Ese análisis supone a Boric menos extremo que Jadue, en la izquierda. Y que Sichel se situaría menos a la derecha que Lavín, por lo cual, ambos, estarían más al centro, más cerca de la moderación y la prudencia. Pero, pese a lo políticamente tranquilizador que podría ser, no estoy seguro de los supuestos en que descansa ese análisis: ni Lavín estaba tan a la derecha, ni Boric (con su polera con la imagen de Jaime Guzmán, o su entrevista con el asesino del Senador) se sitúa más acá de Jadue.
Por último, otra gran derrota el domingo pasado la sufrieron las encuestas. Todas las conocidas daban por ganadores a los que, finalmente, perdieron. Las justificaciones han sido las de siempre: que las encuestas no predicen sino sólo describen un momento, que son una fotografía y no una bola mágica y argumentos similares. Pero lo cierto es que ninguna logró aproximarse siquiera a los resultados del domingo. Carentes de esa capacidad predictiva, las encuestas electorales se están aproximando peligrosamente al nivel del tarot, de las hojas del té, de las predicciones de Zulma y del pulpo Paul, que pronosticaba con gran acierto los equipos ganadores del Mundial de fútbol 2010. Lamentablemente ambos ya no están. Y hacen falta.