Sin duda que la opinión pública, las personas de a pie como se decía antes de los autos chinos, quedaron bastante saturadas con los delirios escritos en las propuestas constitucionales de hace un par de años atrás. Hoy, además, se discute múltiples proyectos de reformas estructurales que, al parecer, correrán una suerte similar a la de aquellos ensayos constitucionales. La reforma de pensiones, la del sistema de salud, la tributaria y otras semejantes, han varado en medio de una discusión parlamentaria que, igual que esos pobres cetáceos en la playa, no tienen suficiente agua para moverse. A menos que ocurra algo inusitado e impensable, las pensiones, el sistema de salud o los impuestos seguirán igual. Todo habrá de cambiar para que nada cambie, pareciera ser el lema.
Y, en medio de tales marejadas vacías, algunos pretenden impulsar un cambio (otro más) al sistema electoral. Dicen que ahí está la raíz de todos los males y la fuente de todos los padecimientos. La manera en que escogemos a nuestros representantes es la errada y, por eso y nada más que eso, ellos soportan el desprestigio que exhiben y el rechazo que soportan.
Así, algunos proponen cambiarnos a un sistema electoral uninominal. En este sistema, cada elector vota por un solo candidato en su circunscripción, lo que simplifica el proceso de votación. Además, el escrutinio de los votos es muy sencillo y mucho más rápido, lo cual contribuiría a fomentar una mayor transparencia y reducir las posibilidades de fraude electoral. En este sistema, simplemente resulta elegido el que obtiene más votos. Uno solo. La esencia del sistema es elegir nada más que un representante por territorio. Por esto, si quisiéramos mantener la actual cifra de diputados, 155, el país debiera ser dividido en igual cantidad de distritos.
¿Tiene ventajas este sistema un tanto ajeno a nuestra tradición electoral? Si. De acuerdo con los especialistas, cuenta con varios elementos favorables, a la hora de compararlo con lo que tenemos hoy día. Por ejemplo, si los representantes son electos directamente por los votantes de una circunscripción específica, podrían sentirse más motivados para atender las necesidades y preocupaciones locales. Y esto podría fortalecer los lazos entre esos representantes y su base electoral, fomentando un compromiso directo con el desarrollo de su área, que es una de las bases en que se sustenta la crítica al actual sistema, en que los votantes ven a su representante sólo en la campaña. Y luego, nunca más. En el sistema uninominal los representantes elegidos son mucho más conocidos y claramente responsables ante su electorado. Esto significa que los votantes pueden premiar o castigar su desempeño, otorgando o negándoles su voto en las próximas elecciones.
A un nivel más macro, se dice que una de las ventajas del sistema uninominal es el favorecer la formación de gobiernos mayoritarios, lo cual podría proporcionar una mejor gobernanza. La reducción del número de partidos políticos, una consecuencia indirecta de este sistema, daría mayor gobernabilidad y estabilidad política, sin duda crucial para la implementación efectiva de políticas a largo plazo y para mantener la continuidad gubernamental. Y a propósito de los partidos y la estabilidad política, un sistema uninominal puede favorecer a aquellos partidos más centristas y moderados, ya que cada tienda requiere atraer a una base electoral más amplia para ganar las elecciones en circunscripciones individuales. Esto último podría ayudar a reducir la polarización, y desalentar el surgimiento de aquellos grupos fundamentalistas, dogmáticos y exaltados, tan conocidos por nosotros, fomentando el equilibrio, la moderación y la tolerancia, valores un tanto escasos en nuestros últimos tiempos.
Y, si bien no me cuento entre aquellos que culpan al sistema electoral de todas nuestras cuitas, avanzar a una reforma como la señalada podría ser el camino correcto. Sólo que, como en tantas cosas, pareciera que, con porfía, frecuentemente nos empeñamos en caminar por otras sendas, tanto o más pedregosas, y que nos devuelven al mismo lugar del que partimos.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho