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PRIMERA PERSONA: «Mi amigo Guido» (del libro El Hombre de la Bicicleta)

El presente texto corresponde a uno de los 17 testimonios que dieron vida al libro “El hombre de la bicicleta. Miradas y palabras”, de Óscar Palma Valenzuela. Se trata del emotivo relato del asistente social Jorge Soto Gutiérrez, quien conoció a Guido Goossens en 1980 cuando era un adolescente y en complejas circunstancias familiares

Jorge Soto Gutiérrez junto a un ejemplar de “El hombre de la bicicleta. Miradas y palabras”.

«Conozco al hermano Guido en circunstancias complejas que vive mi familia, es en el año 1980, yo tenía 14 años y mi hermano mayor, Carlos, había sido detenido y torturado por los organismos de seguridad de la dictadura, encarcelado y procesado.

Fue en una visita a la cárcel de Talca a principios de junio de 1980, entré a visitar a mi hermano y en la sala de visitas, entremedio de mucha gente, en ese lugar sombrío y húmedo, pude divisar a mi hermano conversando con una persona delgada y alta. A medida que me acercaba podía distinguir a ese hombre alto de bigotes rubios, con acento parecido al francés, que más que conversar, escuchaba empáticamente a mi hermano quien le contaba lo vivido y lo sufrido.

En esa visita conocí al hermano Guido Goossens Roell y de ahí en adelante se transformó más que un amigo, en un hermano de nuestra familia. Nos encontrábamos seguido en la Vicaría de la Solidaridad, en las reuniones de la naciente Agrupación de Familiares de Presos Políticos, nos visitaba en nuestra casa, se transformó en un pilar fundamental de apoyo emocional y espiritual, sobre todo para mi madre.

Nunca tuve una relación pastoral con el hermano Guido, siempre tuve y he tenido una relación de amigo, de hermano y compañero. Él nunca me ha pedido nada, tampoco condicionantes para una forma de relaciones o convivencia, en él prima la relación humana por sobre toda las cosas, la sencillez y la humildad.

En los 80 comenzamos a construir esa relación, primero en mi adolescencia como seguidor y acompañante de procesos en los que nos encontrábamos, liturgias y ceremonias religiosas en contexto de promoción y defensa de los DDHH.

El año 83’ irrumpen las protestas populares en contra de la dictadura, mi hermano mayor ya había salido en libertad y se encontraba en el exilio en España; sin embargo, la relación familiar construida con Guido se fortalecía y mantenía cada vez más estrecha. El ámbito de los DDHH requería de acciones urgentes y Guido siempre estaba ahí con su fuerza espiritual y moral para acompañar, ahora en el Comité Pro Retorno de Exiliados de Talca.

Fui aprendiendo de Guido el evangelio de los pobres, el camino liberador de vivir con los más humildes, ‘la esperanza de la vida nueva’, como siempre él señala. Guido colaboró activamente en ese contexto de lucha social, dando sus palabras de aliento a familias que sufrían la represión, a las esposas de cesantes que levantaban ollas comunes, sus palabras daban fuerza a la juventud en las peñas que iniciaban el despertar cultural en la lucha popular y las liturgias por la libertad de los presos políticos iniciando siempre con el “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia” (Mateo 5:10).

A mediados de 1984 me encontraba casi semanalmente con el hermano Guido, una vez fui tarde a su casa en la Brilla El Sol, ya que mi mamá había preparado unas tortillas y le mandó una a Guido, llegué como a las 20:00 horas a su casa y él estaba reunido con un grupo de jóvenes y yo conocía a algunos de ellos. Era un grupo que formaba parte de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y conversaban sobre la situación actual del país, especialmente de la situación en la que se encontraban los jóvenes obreros de sectores populares, los cesantes. Me invitaron a integrarme a la reunión y ahí participé de un juego de presentación; a fines de noviembre de 1984 me integré a la JOC.

Conocí a Guido en el contexto de la represión política que vivía mi familia, su presencia constante daba paz a mi familia y a partir de allí se generó un gran vínculo. Más a delante nos fuimos encontrando en la lucha popular contra la dictadura, Guido colaboraba con las organizaciones de DDHH que surgían. A medida que la lucha social avanzaba y se construían organizaciones de resistencia, Guido estaba ahí; el contexto era de alto riesgo y se fueron necesitando personas que pudieran ayudar en la denuncia y en buscar a las personas que eran detenidas por los organismos de seguridad.

A principios de 1984 se crea en Talca la Comisión Anti Represiva (CAR), que buscaba dar asistencia a las personas que sufrían la represión o eran perseguidas, pero también era el inicio de la formación en Talca del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU).

Recuerdo que la CAR estaba conformada por el Padre Daniel (de la Iglesia las Heras, no recuerdo su apellido), el abogado Víctor Miranda, la Sra. Gloria Gutiérrez Sánchez (del Comité Pro Retorno de Exiliados, mi madre), el hermano Guido Goossens Roell y otra persona más que no recuerdo su nombre.

La CAR muchas veces se reunía en mi casa, ya que mi madre era parte de esa comisión y yo muchas veces estaba por ahí cerca, entonces sabía de sus conversaciones y ofrecía mi colaboración. Una vez se acordó realizar una acción de denuncia en las afueras del cuartel de la Central Nacional de Informaciones, CNI, en Talca. Ese cuartel era un centro de detención y torturas, un lugar secreto pero que con el tiempo y con los testimonios de los detenidos ya estaba al descubierto.

El cuartel estaba ubicado en la calle 4 Oriente llegando a la esquina de 4 Norte en Talca, un portón negro de metal era lo más visible y característico que tenía.

El 20 de febrero de 1985 fui detenido en el Balneario de Quintero, junto a otros 12 jóvenes fuimos conducidos a la comisaría y allí nos amarraron, nos vendaron la vista y procedieron a interrogarnos con golpes de pie y puño; luego nos fueron llevando separadamente a salas de tortura, donde nos aplicaron electricidad y otras formas brutales de tormentos. El 21 de febrero llegó un equipo especial desde Santiago (así podíamos escuchar que se comentaba en la comisaría), las torturas recrudecieron y desde los calabozos se podía escuchar los gritos de dolor de nuestros compañeros. Cerca de las 22:00 hrs me llevaron nuevamente a una sesión de torturas, había interrogatorios simultáneos, eso era un infierno, una escena de terror difícil de olvidar.

Luego de unas horas llegó alguien al que llamaban el “doctor”, quien aconsejó que me dejaran descansar un momento y me tiraron en una especie de pasillo.

Los días posteriores pasaron rápidos, a los demás detenidos los llevaron a la comisaría de Viña del Mar y el lunes 25 de febrero nos condujeron a la Fiscalía Militar de Valparaíso, amenazados con volver a interrogarnos, comenzaba un juicio manipulado, lleno de irregularidades, sin pruebas y finalmente, cerca de la medianoche, fuimos conducidos a la Cárcel de Valparaíso, acusados de ser parte de una escuela de guerrillas.

El miércoles 27 de febrero de 1985 era el día de nuestra primera visita, por primera vez podríamos ver a nuestros familiares; sin embargo, la Fiscalía Militar envió una orden para ser conducidos a un nuevo interrogatorio, que más que nada fue la notificación de los cargos que nos imputaban y nos devolvieron a la cárcel. Llegamos cuando la hora de visitas ya había comenzado y nos bajan desde el furgón de gendarmería en el patio anterior a la sala de visitas, encadenados en los pies y en las muñecas, en parejas. Bajé del carro y cuando levanté la mirada, pude ver a la distancia a mi madre junto a Guido y un amigo que esperaban pacientes, con alegría de verme y con el dolor interno por lo que estábamos viviendo y por el asesinato de Carlos Godoy.

Abracé a mi madre y Guido nos envolvió con sus largos brazos y sus manos fuertes, un abrazo prolongado en el silencio, con lágrimas que caían por nuestros rostros… era como si la vida se detuviera en ese instante y por nuestra mente volvían a pasar una serie de experiencias vividas. Ese abrazo es imposible de olvidar, Guido el compañero y hermano de siempre estaba ahí dándole la fortaleza necesaria a mi madre, que por fin tenía en sus brazos a su hijo menor con su cuerpo maltratado, con las marcas claras, heridas y moretones que comenzaban a sanarse con ese abrazo de esperanza y la palabra franca de Guido, dando la fortaleza moral para los duros momentos que vendrían.

Guido viajaba cada 3 meses a visitarme a la cárcel de Valparaíso, más que a hablarme, se disponía a escuchar mis experiencias, los problemas de la vida carcelaria, el constante hostigamiento, la inseguridad de vivir en uno de los penales más peligrosos de Chile y nuestras luchas y reivindicaciones como presos políticos.

Al finalizar la visita, siempre desalojaban la sala y nos formaban en fila y nos conducían por un patio hasta la puerta de entrada a las galerías, mientras nuestros familiares eran retirados por ese mismo patio hacia la salida de la cárcel; sin embargo, ese día fue distinto, el hermano Guido se quedó ahí mirando cómo nos formaban, su presencia inhibió el actuar de los gendarmes, nuestros familiares que ya se retiraban lo vieron ahí parado frente a nosotros y comenzaron a retroceder y Guido levantó sus largos brazos y comenzó a brindarnos un aplauso, sus manos fuertes y huesudas generaban un gran aplauso que hacía ecos en los muros y todos los familiares apresuraron el paso y se pusieron a su lado a aplaudirnos.

Después de 26 meses de encierro, el 24 de abril de 1987, los acusados de formar parte de una escuela de guerrillas en Quintero, fuimos liberados y absueltos de nuestros cargos y pude volver a Talca el sábado 25 de abril. Guido me esperaba en el terminal de Talca junto a varios amigos, ahí nos reencontramos nuevamente.

En febrero de 1988 yo había viajado a España a visitar a mi hermano Carlos y su familia, que vivían cerca de Madrid en la localidad de Alcalá de Henares. Un día llegó una carta del hermano Guido, nos comentaba que estaba de viaje en su natal Bélgica visitando a su familia y que ya tenía vuelo de regreso a Chile, que su avión hacía escala en el Aeropuerto de Barajas, España, y nos proponía reencontrarnos allí el día de su trasbordo, con día y hora.

Cuando llegó el vuelo desde Bélgica podíamos ver a los pasajeros que caminaban por los pasillos tras los ventanales, pero no veíamos a Guido, en realidad no lo habíamos distinguido ya que vestía un terno oscuro y nosotros estábamos acostumbrados a verlo con jean, chalas y camisa manga corta. Ahí apareció este ser humano alto y huesudo, con su sonrisa que eleva el bigote en su lado izquierdo, sus largas manos abiertas y sus manos dando esos abrazos fuertes y cariñosos que no se olvidan.

Era un tremendo reencuentro y había que celebrarlo, el amigo de Carlos tenía un local en el sector internacional del aeropuerto y allí nos dirigimos para brindar con un buen vino tinto. Entramos al local y pedimos el vino, cuando nos preguntan si queríamos una botella o vasos, Guido se adelanta y dice: “Yo quiero una cañita”, el mozo español no entendió y nosotros nos largamos a reír y Guido se sumó a esas risas.

Brindamos por Chile, por la lucha de nuestro pueblo y por un pronto retorno a la patria y despedimos a Guido mandando nuestros saludos para nuestros seres queridos, especialmente para nuestros padres y hermanos. Guido caminó hacia la puerta de embarque y al llegar a ella, se dio vuelta hacia nosotros, levantó su puño izquierdo y nos gritó, “¡En la patria nos vemos compañeros!”.

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