Comienzo permitiéndome decirle que en este breve espacio usted no leerá nada relativo a fútbol ni a religión. Mi intento escrito estará asociado más bien a un tema socioeducativo.
Quienes representan a las dos instituciones que históricamente han estado a cargo de la educación de niños y jóvenes, parecen hoy enfrascarse en una querella que alcanza a las redes sociales y también a otros medios de comunicación social; a propósito de los actos de violencia y agresión que están evidenciándose en diferentes lugares del país.
El cruce y representación de culpas, responsabilidades, cargos y descargos, las más de las veces parece simplemente una acción sin fundamentos sólidos y quizá el desafío y la necesidad sea buscarlos y, a partir de ellos, tomar las decisiones. El punto está en cuánto tiempo nos va a llevar, habida cuenta que – agudizado hoy – ha sido un problema (no necesariamente una dificultad) de carácter permanente.
¿Quién debe responder por el comportamiento social e individual que están manifestando los estudiantes de vuelta a las clases presenciales cuando la pandemia parece dar una tregua y hace decidir a las autoridades de la educación el reencuentro en las aulas?, ¿la familia, la escuela?
Lo delicado es que mientras se sostiene la querella entre estas dos inveteradas y respetables entidades, parecemos olvidarnos de la responsabilidad del Estado y de la calidad de la educación pública, que en nuestro país se ha venido deteriorando desde hace décadas y que alguna vez prestigió a Chile y hasta lo hizo erigirse como referente en el plano continental.
En la casa se aprende valores y principios, buenos modales y cortesía, a ser respetuoso con los mayores, especialmente con los padres y maestros, también con los ancianos y la gente desvalida y, en la escuela, a leer y a escribir y todas las materias del espectro curricular; son expresiones que por estos días escuchamos decir a profesores, padres, apoderados, gente común y hasta a más de alguna reconocida autoridad.
¿Quién pudiera no entender que si se trata de educar, las responsabilidades son compartidas y, hasta donde es posible, complementarias?
La educación concebida como proceso de socialización ya era reconocida en el tiempo decimonónico por los padres de la sociología educativa (pienso en Durkheim) y reforzada por importantes especialistas de hoy (pienso en Delors) y, en ella, padres y maestros tienen una misión que cumplir.
¿Lo habremos de ayudar a resolver tan fácilmente (oh, ilusa pretensión) a partir de las modestas orientaciones que den estas breves columnas de opinión que hoy se me otorga la oportunidad de inaugurar y con las cuales espero acompañarlos por un tiempo?
Sin duda, no; pero podemos sentar algunas bases de acuerdo.
Las agresiones, la violencia en todas sus formas son –ciertamente- el síntoma no la enfermedad
Toda conducta tiene una causa y muchas de ellas son multicausadas, resuena en mis oídos la voz de la maestra Ivonne, mi profesora de Psicología Evolutiva, allá por los años 70, en la Universidad de Chile.
Desde esos años en que también iniciaba mi trabajo docente, me convencí que hasta la así llamada flojera es un invento. Resulta imposible asumir que no haya causa para que un joven no quiera progresar, liberarse, hacerse de un proyecto de vida, construir su futuro.
Y nosotros, padres y educadores recién nacidos, con alguna experiencia o ya altamente experimentados, ¿vamos a sentarnos a esperar, aun las expectativas que sostenemos en que lo que viene -por ejemplo- en materia de nueva normativa constitucional, lo resuelva todo?
He tenido el privilegio de trabajar en la formación de profesores por más de cinco lustros y más allá del lugar común de que los haya buenos y no tanto, siento un profundo orgullo de la mayoría de mis estudiantes de pedagogía que hoy son mis colegas educadores.
He intentado como padre hacer mi mejor esfuerzo y recuerdo, durante mis años de profesor secundario, haber visto a papás y mamás que, heroicamente, también lo hacían.
Es cierto, los tiempos que vivimos son diferentes. Los problemas de la convivencia social y de las relaciones humanas entre los protagonistas de la tarea educativa siempre existieron, pero también eran otras las circunstancias, otro el contexto, y ese es un factor imprescindible para pensar en cómo enfrentar el dilema.
Por ahora, desde mi condición de persona que pronto abandona el continente de su séptima década de vida, al menos yo, no pierdo la esperanza.
Gracias por detenerse a leerme.
Luis Ramírez Vera
Profesor