En “El viejo de la lluvia”, Rodrigo Téllez se consolida como referente de la narrativa chilena reciente. “Para mí la provincia es una esperanza sagrada”, sostiene (por Mario Rodríguez Órdenes)
La literatura desde la provincia irrumpe con fuerza en la literatura chilena. Es el caso de “El viejo de la lluvia” de Rodrigo Téllez (Editorial Forja, 2023). Rodrigo Téllez L. (Antofagasta, 1972) se formó como abogado en la Universidad de Chile y es juez de familia. El año 2022 publicó la novela “Juro decir la verdad (Editorial Gluck), con gran acogida de la crítica. “El viejo de la lluvia” es su segunda novela.
Rodrigo, la vida está llena de encuentros casuales. Como ocurre con Roberto y Emeterio, protagonistas de “El Viejo de la lluvia”. ¿A veces estos encuentros cambian radicalmente la vida?
“La propuesta de la novela es que potencialmente podemos seguir otra ruta en cualquier momento, aunque para que eso sea posible, esa ruta debe estar trazada en nosotros. Por ejemplo, Roberto, el narrador, es un muchacho con limitaciones que no es capaz de pensar la vida de manera distinta a la que se le ha impuesto, es incapaz de ver su curso vital más allá de lo que otros esperan de él, aunque potencialmente podía ser de otra manera. El viejo reconoce esas posibilidades y se las muestra. Roberto cambia porque elige hacerlo, pero también porque había algo dentro suyo que pujaba por salir”.
La novela está ambientada en un pueblo de provincia. ¿Sufren los personajes esa condición provinciana?
“Primero que todo quisiera decir que para mí la provincia es una palabra sagrada, si alguien me dice de qué se trata ‘El viejo de la lluvia’, le contesto que trata de la provincia. Por ello los personajes viven esa condición, pero no solo la viven, ellos son la provincia, son parte del paisaje.
Sobre la condición de ser de provincia me interesaban ciertos aspectos como el lenguaje y la conciencia del paso del tiempo. Eso último no es menor, la modernidad es una aceleración que le resta significación a la vida, pensar la provincia es pensar también en una forma de resistencia, pues su sola existencia nos recuerda que hay otra vida posible”.
¿La sufrió usted estando en Antofagasta?
“Completamente, si bien Antofagasta como Talca son ciudades grandes, son aún parte de la provincia, no solo por su distancia relativa a Santiago, también porque Chile es una gran provincia, los chilenos somos super provincianos. La Antofagasta que yo viví tenía muy marcada la lentitud del paso del tiempo, en esa época había jornada dividida, te ibas a la una a almorzar y dormir la siesta y volvías a las cinco. No había mil actividades que hacer, todos asistíamos a los mismos lugares, compartíamos expectativas y emociones, pero también prejuicios, crueldades y miserias”.
Cuando estudió leyes en la Universidad de Chile, ¿también vivió la experiencia de ser provinciano en Santiago?
“Sí, especialmente por las distancias que me impedían visitar a mi familia, la veía dos veces al año, con suerte tres. Hubo desarraigo, en ese momento no lo vi así pero ocurrió, porque me vi obligado a formar redes, a adquirir otras maneras y, paralelamente, siendo yo muy joven, a generar una autonomía a la que no estaba habituado”.
¿Cómo fue el proceso de escribir “El viejo de la lluvia”?
“Al comienzo fue muy plácido, hacía un rato me rondaba la imagen en mi cabeza de un hombre con un perro caminando bajo la lluvia, eso era todo. Yo lo veía caminando en una calle embarrada, llegaba a una casa, abría una puerta. Me lo imaginaba cargando algo. Lo veía a lo lejos, de noche, era apenas visible bajo las luces de la calle. Partiendo de esa imagen, que también era una emoción, me fui haciendo preguntas que intenté contestar en la novela: quién es ese hombre, por qué está ahí, con quién se va a relacionar, cómo habla.
Una vez terminada la novela noté que Emeterio, el viejo de la lluvia, no estaba bien delineado, había preguntas sin contestar que quedaban en el aire, así que volví a trabajar la novela desde el comienzo. Esa parte fue más exigente, ya que fue difícil encontrar las respuestas que esperaba pues el viejo de la lluvia es un personaje elusivo, no se muestra completamente”.
¿Cómo fue el trabajo de elaboración del libro “Juro decir la verdad”?. ¿utilizó estrategias diferentes?
“‘Juro decir la verdad’ fue mi primera novela, por lo que partí hablando sobre un tema que conocía bien, el trabajo judicial y, en particular, de los Tribunales de Familia. En esa novela el narrador y uno de los personajes principales está siendo interrogado. Al comienzo de cada capítulo repite la frase: ‘Sí su señoría, juro decir la verdad’. De ahí se lanza a narrar.
Es un relato donde el lector lo que ve son las actas de las audiencias, en alguna medida no está claro quién es el narrador, pues hay alguien que transcribe, que edita lo que dice el declarante, que a su vez va contando lo que él quiere sobre un crimen en que lo acusan de haber sido negligente, quizá culpable. Técnicamente hablando omití las preguntas del interrogatorio, estas quedaron tácitamente contenidas en las respuestas. Había por ello menos diálogo que en ‘El viejo de la lluvia’.
En ‘El Viejo de la lluvia’, Roberto, el narrador, tiene una discapacidad para caminar, por eso le dicen el ‘Cojinova’. Él recuerda al viejo, que conoció cuando era muy joven. La manera de relatar es hablarle a un público plural, desde un pasado lejano, lo que permite dar saltos, avanzar y retroceder, usar diálogos, hacer intervenciones del pensamiento, emitir juicios sobre lo ocurrido con perspectiva del tiempo. Pese a ello debo decir que no encuentro tan distintas las estrategias narrativas”.
¿Comparte que vivir en provincias implica guardar modos propios, como el uso de palabras poco utilizadas, y que las ocupan los protagonistas?
“Por supuesto, como le decía antes, el tema del lenguaje era una cuestión importante sobre la provincia. Hay un libro de Natalia Ginzburg llamado ‘Léxico familiar sobre la forma de hablar de las familias’, en la provincia también hay un léxico familiar, pero más amplio. Los hechos compartidos por la comunidad generan anécdotas y palabras. Es algo propio de la vida de provincia. Es común que escribir sobre esas maneras la adjetiven de costumbrista, pero para mí es más que una opción estética, es una forma de acercarme a Chile.
Entendí que para hablar de Chile yo necesitaba girarme en 180 grados, dejar de mirar hacia afuera (Argentina, España, Estados Unidos), y ver hacia el interior de la casa. No podía hacer eso sin reparar en el lenguaje, porque como alguien dijo: el lenguaje es la casa del ser y en su hogar habita el hombre”.
Rodrigo, ¿cómo fue construyendo la novela?
“Como contaba antes, partí de una imagen y de ciertos pilares. Además del lenguaje, me preocupaba el paisaje, especialmente la presencia del mar. En lo formal pensé en una novela breve, ágil, emotiva y con capas de lectura para que distintos lectores fueran interpelados desde momentos diferentes de su vida. En concreto, que la pudiera leer una adolescente en un liceo o una persona cercana a su jubilación y que ambas encontraran en ella algo que las conmoviera.
En lo formal, comprimí de la prosa tratando de eliminar todo lo superfluo en la narración.
Como tenía clara la relación entre Roberto, la Jenny y Emeterio, me pareció necesario levantar otro personaje que equilibrara el relato, ese fue el perro Tambor, que es la irrupción de la naturaleza como un ente bondadoso, que expresa afecto y estabiliza la relación entre los personajes. Después fui respondiendo en cada capítulo preguntas, cumpliendo lo que los personajes o el arco dramático me iban exigiendo”.
¿Cómo fueron sus años de formación?
“En lo literario debo reconocer que en mi juventud no tuve mucho que ver con la escritura, salvo un par de cuentos que apunté y que quedaron por ahí. Aproximadamente el año 2005 entré a un taller de lectura que dirige Pancho Mouat. En ese espacio, Pancho nos proponía un plan lector y a veces nos motivaba a escribir algo sobre algún tema, aunque no era obligatorio hacerlo. Yo escribía textos cortos, cuentos o poesías. Me gustaba hacerlo y que no era un proceso tortuoso para mí.
Así me nació el deseo de escribir de manera estable, por circunstancias de la vida ese propósito cristalizó alrededor del año 2015. En ese momento me contacté con Pablo Azocar. Le envié lo que había escrito y él me propuso escribir una novela. Fue así como comencé a trabajar de manera regular con él”.
¿Algunos profesores que hayan sido decisivos en su formación?
“En alguna medida Pancho Mouat y Pablo Azócar me han enseñado harto del oficio de escribir, también Rafael Otano. Mi hermano, Eduardo, que es historiador y un gran lector me ayudó mucho a educar el gusto estético. Y hay un profesor que vino a hacer un reemplazo breve a mi colegio cuando yo tendría 12 años. Nos hablaba con gran pasión y seriedad de las palabras, me acuerdo de que nos explicaba el significado etimológico de nostalgia. Estuvo tan poco tiempo que olvidé mucho de su persona, pero tengo presente lo que nos decía. Ahora que me acuerdo hasta hizo un concurso literario para motivarnos”.
¿Es partidario de los talleres literarios, participó en algunos?
“No tengo experiencia en talleres de escritura, salvo lo que conté antes. Pese a mi falta de conocimiento intuyo que ayudan, hay buenos escritores que han partido desde ahí. Además, pienso que es recomendable que alguien te oriente al comienzo. La escritura, como cualquier actividad con tradición tiene formas que es necesario adquirir, siempre hay que recordar que las cosas no comienzan con uno. Hay una larga historia en cada género literario, y si alguien nos ayuda a conocerlas o nos orienta sobre qué leer, eso suma.
De todos modos, si no se tiene el dinero o el tiempo, o simplemente en el lugar donde uno vive no hay quien lo acompañe en el proceso formativo se puede hacer por cuenta propia y es un camino válido, de hecho fue el que yo seguí”.
En los años de formación, ¿qué importancia tiene la lectura desde la provincia?
“Lo diría así: la lectura permite saber que los desafíos, los traumas y los triunfos humanos en cualquier parte son más o menos los mismos, lo importante es la perspectiva con que se afrontan. También permite saber que es tan importante el contenido como la forma, y que cada uno supone un posicionamiento sobre el mundo. Por ello, si se vive en provincia, leer es fundamental. Uno de los problemas de vivir apartado de los centros cosmopolitas es caer en la fantasía de que el punto de vista propio es el único posible, y empezar a creer que la experiencia personal es singular, única e irrepetible. Eso supone el riesgo de exagerar la importancia de la experiencia propia o empezar a pensar que lo que a uno le ocurre no le importa a nadie. Esas y otras cosas se atenúan leyendo”.
¿Qué planes considera para afianzar la lectura en los jóvenes?
“Más allá de planes lectores, motivación o promoción, el problema es que si los libros son aburridos para los jóvenes no tenemos nada que hacer. Y es probable que libros escritos para los lectores del siglo XIX o comienzos del siglo XX no enganchen a la juventud actual, pues tocan temas alejados de su experiencia vital, y su lectura supone que en la base haya un acervo de conocimientos que no están presentes en los adolescentes actuales. Es improbable que una muchacha promedio de Talca o Antofagasta se emocione leyendo ‘El joven Werther’.
Pienso que la repuesta a su pregunta debe venir desde los escritores. El problema es saber qué tipo de novelas debemos escribir para invitar a lectores no habituales a acercarse a los libros. Es una cuestión jodida, pues en una parte está la tentación de hacer novelas con menos contenido. Proponer relatos que eviten que el lector piense, muy centradas en la acción. La otra tentación es pasar a esos lectores a pérdida, escribir completamente libres dirigiéndonos a un público con capital cultural, dando por perdido al grupo de lectores potenciales que no poseen aún capacidad de asimilación.
En ‘El viejo de la lluvia’ hice el intento de equilibrar la accesibilidad con la profundidad. Para eso me propuse simplificar la prosa y generar capas de lectura para distintos públicos. Es decir, en la primera capa de lectura propongo una novela super sencilla, pero si usted es un lector avezado y entra, por ejemplo, al tema de la provincia y el de la identidad ya pasa a una capa de lectura con contenido y donde hay una propuesta sujeta a debate, lo mismo ocurre sobre el paso del tiempo, la naturaleza, la verdad, etc. Mi opción es generar un relato que al lector le quede anidado en el subconsciente, donde se le asienten las imágenes y la emoción, para que ellas lo vayan permeando lentamente. Lo que no quita que para quienes tienen mayor capacidad de análisis, la novela se pueda abrir en otros frentes. No sé si me irá bien con mi propuesta, pero era una preocupación que afectó la forma de la novela, su extensión y las maneras de relatar”.
¿En qué proyectos literarios trabaja ahora?
“Estoy escribiendo una novela que es algo así como la prolongación de la primera novela, ‘Juro decir la verdad’, pero centrado en otro personaje. Es un policial que aborda el tema de Dios. Tengo además un volumen de cuentos que está a medio cerrar y al que espero meterle mano este 2024”.