Una de las cosas positivas de ir avanzando en edad es que, al agudizarse la memoria remota, van apareciendo recuerdos de lo vivido, de lo leído, de lo estudiado. Ordenando mis libros y papeles, me encontré con un discurso que el decano de la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Concepción, don Rolando Merino Reyes realizó el año 1957, cuando este columnista no cumplía aún los 10 años de edad. Releerlo me retrotrajo a las clases que en el propedéutico nos dictaba el profesor de filosofía, en especial a las citas del filósofo florentino Giovanni Pico de Mirandella y, si bien lo había olvidado, al leer ese discurso, me percaté cuan vigente sigue estando.
Al inicio de su discurso, el decano Merino decía: “el hombre pasa sicut umbra, sicut naos, sicut nubes, como las sombras, como las naves, como las nubes”, y concluía citando la “Oratio de homines dignitate” de Pico della Mirandella, para expresar que “construía el mandato tácito de la Facultad en el ideal pórtico que constituían los serios y densos pensamientos…” de dicho autor, llamando a los jóvenes que ingresaban a nuestra gloriosa escuela ese año 1957 (¿habrá alguno en Talca?) a atravesar dicho pórtico “con paso serio, reflexivo y al mismo tiempo alegre…”.
Se preguntarán cómo engarzo todo eso con el hoy, y la respuesta es simple. Della Mirandela puso a la dignidad, la verdad, la tolerancia y la concordancia (consensuar) en el centro de su trabajo, ideales que hoy necesitamos revitalizar.
¿Cómo entendía la dignidad, el filósofo florentino ?
Para della Mirandella, el hombre (entendámoslo como ser humano) es admirable y único por su libertad, que le permite escoger su vida, teniendo la capacidad de elegir; en su Oratio se lee: “(…) No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que casi libre y soberano artífice de ti mismo te plasmaras y te esculpieras en la forma que hubieses elegido”; terminando “Podrás degenerar hacia las cosas inferiores, que son los brutos. Podrás, de acuerdo con la decisión de tu voluntad, regenerarte hacia las cosas superiores, que son divinas”.
Aquellas ideas, plasmadas en la “Oratio de homines dignitate”, las reencontramos en los tratados de derechos humanos, al establecer que la libertad es inherente a la dignidad humana.
La libertad nos permite defender y luchar por nuestros derechos, pero si lo hacemos destruyendo sin sentido, degeneramos hacia las cosas inferiores, propia de los brutos, por ende esa destrucción no puede llevar el germen de la dignidad.
Como nos enseñan los estudiosos del florentino, él desarrolló además su visión de la racionalidad humana y de la verdad, que lo lleva a entender la tolerancia como una regla racional de actuación y, buscando la verdad, se abrió a todas concepciones que se tenían de ella, resultando nuevamente esencial la libertad.
Ahora bien, se da la paradoja que mientras más derechos aparezcan en nuestro horizonte, se acrecienta un sentimiento de malestar, que en ocasiones rebasa los límites del actuar civilizado. En caso alguno significa que el malestar no deba manifestarse, al contrario debe expresarse pero sin violencia irracional, como la incitan los asistémicos, sino que a través del discurso civilizado, “propio de lo divino”, según el filosofo en comento.
El mes recién pasado, en una entrevista que le hizo el diario El Mercurio, al escritor y filósofo español Javier Gomá, éste señalaba: “la democracia es como envejecer y vistas las alternativas, es mucho mejor quedarse en ella”, agregando que la democracia como es un sistema precario, vulnerable y dependiente “necesitaba de educación, suponiendo que los hombres y las mujeres se comportan como mayores de edad”, por lo que me aventuro a sostener que la educación es consustancial a la democracia, donde se materializa la dignidad.
Si observamos el país, éste está dividido entre los que estiman necesarios modificar la carta constitucional y los que sustentan que es innecesario, dilema que della Mirandella tuvo respecto a la verdad, propiciando después de escuchar todas las opiniones filosóficas, de llamar a la “concordia”, esto es, al consenso; estimo que lo que deben tener presente los convencionales.
Rodrigo Biel Melgarejo
Abogado y profesor universitario