No quise usar, otra vez, el concepto de “tiempos revueltos” con el que se ha calificado a tantos años de la Historia local y mundial. Años en que, pareciera, todo intenta ser otra cosa, mucho es enrevesado y el mundo es más confuso que de costumbre. En tiempos como esos el sentido común se extravía, la orientación se pierde y muchos no saben si van o vienen. Así pareciera ser este año.
Por ejemplo, sabemos que el proceso de globalización económica, hoy hegemónico, se impuso en casi todo el mundo en los últimos años del siglo pasado y comienzos del actual. A lomos de esa versión renovada del antiguo liberalismo, el neoliberalismo que le dicen, fue nacida, criada y predicada por los Estados Unidos. El libre comercio, los Tratados internacionales en que se sustenta, la liberación arancelaria, el fomento exportador, el estímulo a la inversión extranjera, la especialización del mercado, las ventajas comparativas, la deslocalización y tantos conceptos más fueron parte del credo globalizador que estigmatizaba el proteccionismo y tantas cosas que nos fueron repetidas hasta el cansancio desde el país del norte y que hoy, Trump mediante, han quedado contradichas. La guerra arancelaria, declarada en vivo y en directo por el presidente norteamericano, revivió el vilipendiado proteccionismo, hiriendo de muerte la globalización. Hoy parece que los economistas serán obligados a quemar la globalización que adoraron y adorar el proteccionismo que quemaron. Mientras, el resto de los “homo economicus” no entienden nada.
El “homo chilensis”, por acá, tampoco entiende cómo un sector político que tiene todas las de ganar, se empeña con fruición en ponerse zancadillas a sí mismo. La confusión de los votantes hoy día opositores, podría provocar que, el próximo año sigan siendo opositores. Eso no más les digo. Tampoco es fácil entender cómo pueden evaluarse seriamente precandidaturas del calado de Parisi, Enríquez-Ominami, Winter o Artés. Con próceres como esos, nuestras ansias de escalar al desarrollo tienen tantas posibilidades como la participación en un Mundial de fútbol. La confusión que señalo en el título se acentúa cuando observamos los liderazgos que se postulan a ocupar la primera magistratura chilena. Mientras unos hacen sinceros (quiero creerles) llamados a la unidad, el compromiso y la concordia social, otros dedican su valioso (también quiero creerlo así) tiempo a sembrar la discordia, la odiosidad y la polarización.
Pero, la confusión no sólo la observamos en un plano “macro” como podría ser la economía o la política. Estos tiempos confusos también han inundado una dimensión más “micro” como lo son el plano laboral, familiar e, incluso, individual.
Así, la reducción de la jornada laboral o la expansión de días declarados como feriados irrenunciables, mueven a la confusión cuando intentamos conjugarlos con el interés de estimular el crecimiento y la producción económica. Igual cosa cuando, habiéndonos enterado de las cifras de la ostensible baja de la natalidad y la reducción apreciable del crecimiento demográfico en nuestro país, constatamos el pertinaz interés gubernamental por políticas que promueven exactamente lo contrario, como el incremento presupuestario para la educación preescolar, porcentualmente considerablemente menor al otorgado a la educación superior. Asignar más presupuesto a las universidades que a los jardines infantiles no conjuga con el interés por estimular a que las familias tengan más hijos.
El mundo, y nuestro país en él, atraviesa por tiempos confusos y revueltos. Unos estimulan la integración, mientras que otros dedican esfuerzos a disgregar. Mientras unos se conmiseran del sufrimiento, otros se solazan en la odiosidad y el resentimiento. Por eso, creo no ser el único que ansía tiempos de mayor definición y nitidez, tiempos en que la intención se conjugue con la acción, la promesa sea coherente con el esfuerzo y la meta sea de una claridad tal, que nadie se extravíe ni quede en el camino. Menos confusión y más certidumbre.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho